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RESUMEN DE EL TROMPO DE JOSE DIEZ CANSECO
El tesoro del protagonista del relato es un trompo, hermoso y pulido, hecho de naranjo al cual le había adaptado un clavo filoso y brillante como las espuelas de los gallos de pelea de su criadero.

Aquel trompo era el orgullo de “chupitos”, y los muchachos de la cuadra lo sabían, sobre todo Carmona el líder de la gallada , quien lo retó taimado a la “cocina”, “ un juego que consiste en ir empujando al trompo contrario hasta meterlo dentro de un círculo, donde el perdedor tiene que entregar el trompo cocinado a quien tuvo la habilidad rastrera de saberlo empujar”.
El fuerte de “chupitos” eran los “quiñes”, muchas veces su pulido trompo de naranja y afilada punta había abierto en dos a su contrario y é l nunca se permitió una burla.
Apenas la sonrisa presuntuosa que delataba el orgullo de su sabiduría en el juego.
Ahora retado a ese juego zafio de empujones, quedaba en desventaja ante Glicerio Carmona.
El jefe, quien imponía, a la “cocina” a su contendor porque estaba seguro de ganar en ese campo infame, sin gallardía de destreza, sin arrogancia de fuerza, como anota el narrador, que en tercera persona recrea el lance que hirió con certera estocada el orgullo de zambo en el momento que su tesoro estaba encerrado en el círculo que lo condujo a las manos codiciosas de Carmona.
La pérdida del trompo sirve al narrador de puente perfecto para retroceder a la vida de “chupitos” y adentrarse en la intimidad de su casa el día de su nacimiento en el callejón de Nuestra Señora del Perpetua socorro. En aquella fecha un incendio por poco arrasa las casuchas, debiendo Aurora su madre, salir en brazos de Demetrio su padre, recién parida como estaba, para no ser consumida por las llamas. Una hermana del papá había sacado al chiquillo medio envuelto en una sabana.

Después, ante el temor de lo que el susto hubiese podido causarle la leche depositada en los senos de Aurora, “chupitos” había sido entregado a una vecina para que lo alimentara. De este modo se había iniciado la vida del zambo que, no transcurrido mucho tiempo sufriría un revés todavía peor. Aurora “zamba engreída había salido un poco volantusa y le era infiel a Demetrio, su marido.
Uno de los días en que regresó tarde del mercado, cae en la cuenca de que no puede continuar engañando a Demetrio y aprovechando que él sale en busca de una amiga de la mujer (Juana rosa) con quien ella dijo haber estado hablando, Aurora recoge alguna ropa y huye dejando a su hijo, aún muy pequeño, sumido en el pánico y el llanto.

Con la certeza de haber sido burlado, Demetrio regresa en busca de Aurora para cobrarle con violencia su afrenta, pero solo encuentra al lloroso zambo que desde la oscuridad le responde se fue, papacito.
La venganza de Demetrio Velásquez no ocurrió aquella noche, pero si algunos días después, y aquel acto de hombre ofendido que apalea una buena ley a quienes lo burlaron, lo lleva a la cárcel.

Según se desprende del relato, Aurora muere a causa de los golpes recibidos y quien pago el pato fue el pobre “chupitos” que se quedo sin madre y con el padre preso, mal consolado por la hospitalidad de la tía, la hermana de Demetrio, que todo el día no hacía si no hablar de Aurora.
El lance entre “chupitos” y Carmona sirve al narrador para presentar el conflicto paralelo de la infidelidad de aurora y las funestas consecuencias del engaño.

La marga experiencia de su familia deja en el zambo una enseñanza: “mujeres con quiñes como si fueran trompos, ¡ni de vainas¡ luego los trompos debían tener quiñes…No , nada de lo que el hombre posee, mujer o trompo -juguetes- podía estar maculado como nadie ni nada.

Esta visión machista del mundo , explica la actitud del niño, que al igual que su padre lo hiciera con su mujer y el amante , fraguó su vergüenza contra Carmona.
Con tres reales pedidos con vehemencia a Demetrio compro un trompo nuevo, lo pulió como al perdido y lo armó con un clavo filoso que le hizo sangrar la palma de la mano al momento de la prueba. Con sagacidad consiguió que Carmona aceptara jugar a los “quiñes”:”el trompo que ahora tenia Carmona, el trompo que antes había sido de “chupitos” se chanto ignominiosamente: en sus manos jamás se habría chantado! Y allí estaba, entupido e inerte, esperando que las púas de los otros trompos se cebaran en su noble madera de naranjo. Su nuevo juguete se encargo de abrir en dos el vientre de su antiguo orgullo.

No seria para el ni para nadie: ¡los trompos con quiñes, como las mujeres, ni de vainas! Al final, el zambo abandona ambos trompos, el nuevo y reluciente instrumento de su vergüenza que era preciso eliminar. la narración de el trompo esta matizada con giros del habla local de Lima, que dan al encuentro un sabor y un ritmo particulares. Ambos conflictos, el del niño y el del padre, se resuelven de modo radical, pero no abrupto. la solución es premeditada así en principio la ira dominase los actos iniciales: era preferible perder definitivamente trompo y mujer, que conservarlos llevando el lastre de la vergüenza sobre las espaldas varoniles.

Cuando “chupitos” abandona los dos trompos sobre la arena en la que en la que había lavado su honor, deja también atrás la infancia. comienza a hacerse hombre entendiéndolo que pare bien o para mal le enseñase su padre con actos, mas que con palabras. Podría decirse que el niño asume una manera de ser hombre, la que le ofrece el espejo paterno, macho honorable que lava con sangre la burla a su hombría. El zambo reproduce un modelo , repite la historia y va aprendiendo a luchar solo a enfrentarse a sus propios conflictos, a resolverlos sin ayuda de nadie , solo por la sutileza de su ingenio criollo o por la pujanza viril de sus puños palomillas .

El lance del trompo no es más que una metáfora de la vida; una vida regida por una ley que no es siempre justicia. Así como la zamba Aurora no seria mas ya de Demetrio, nunca seria el suyo (de “chupitos”) ese trompo malamente estropeado ahora por la ley del juego que tanto se parece a la ley de la vida.


Cabe resaltar en este relato, no solo el valor estético de una escritura definida y depurada, sino la penetración del espíritu de sus personajes y la perfecta asimilación del alma infantil encarnada por el protagonista de una historia cuya interpretación el lector debe desentrañar a partir de sus propios elementos. Diez Canseco es uno de los más criollos escritores peruanos. En su obra se reúnen vivacidad, malicia e ingenio para mostrar con sardónicos visos a una sociedad limeña inconciente y descontextualizada







EL REGRESO DEL VIAJERO ( MOISES CABELLO)

Charlábamos Filby y yo en el salón de mi casa acerca del incendio del General Slocum, sin lugar a dudas el tema del día. Podría decirse que lo hacíamos por el mero placer de discutir, pues teníamos esa confianza para convertir un debate en la guinda de una agradable tarde de chimenea, sillones y tónicos. Yo apoyaba con sinceridad a la industria naval norteamericana, pero él la censuraba, aún no sé si en serio o para llevarme la contraria. En cualquier caso, bastaba para estar allí y no en cualquier otro lugar.

–Tengo un amigo que trabaja en la White Star Line, y entre otras confidencias me ha revelado que están próximos a dar carta blanca a una nueva clase de buques, la Olympic –dijo Filby–, construirán dos o tres en los próximos años. Ha visto esbozos de los planos y afirma que no tendrá rival en el mar, ni siquiera norteamericano.

–No tengan la suerte del Slocum –contrarié.

–Vamos, señor Hyllier, la White Star Line no es una naviera cualquiera. Y desde luego, dudo que tengan problemas con el fuego. ¡Fuego en alta mar! ¡Eso sólo le puede pasar a un buque norteamericano!

–Es cierto, hay más peligros acechando a los navíos que el fuego.

–Dudo que eviten que estos nuevos titanes de mar devuelvan el dominio del océano al imperio.

–Cuidado, Filby, defiende usted su castillo en el aire como alguien que ambos conocemos –dije riendo de buena gana.

La mención del Viajero a través del Tiempo (como es de sentido común llamarle) produjo un efecto contrario al que buscaba, sumiéndonos en un melancólico silencio.

–Pobre loco  –concluyó Filby tras terminar su bebida. Procedió a prender su pipa, y el destello delató tristeza y reprobación en sus ojos.

–Quién sabe...  –dudé–. Aquel día ni el criado ni yo le vimos donde tenía que estar. Y cuando entré en su laboratorio, creo que durante unos instantes percibí...

–Cuídese usted ahora, señor Hyllier –dijo señalándome con su pipa–, pues se empieza creyendo ver cosas pero se acaba arengando sobre la cuarta dimensión. O peor, haciendo desaparecer máquinas de juguete.

–Lo lamento, Filby. Es la nostalgia. Aún le recuerdo con la cámara fotográfica y el saco de viaje a cuestas, prometiendo regresar con pruebas de sus nuevas historias. Pero si su máquina era una quimera, ¿a dónde fue entonces?

–Sabe Dios dónde puede haber acabado aquel majadero. Temo que ya no esté entre nosotros. ¿Cuánto hace? ¿Diez años?

–Nueve.

–Nueve  –repitió Filby exhalando humo–. Bien sabe usted que nunca le creí, pero... ¡Qué diablos! Bebamos a su salud.

Otra excusa para beber. Esta vez sirvió el propio Filby.

–Por él, esté donde esté –dijo alzando su vaso.

–O cuando esté  –añadí con el mío en alto.

La ingesta se nos atragantó en cuanto escuchamos el grito de mi asistenta. A la alerta siguió una fría corriente de aire, lo cual me alarmó, pues bien pudiera ser señal de una entrada forzosa.

Me incorporé presto a buscar algo con lo que defenderme, mas me detuve al ver entrar en el salón a un hombre de penoso aspecto, sus ropas llenas de mugre y tal vez sangre seca.

–¡Por amor de... !  –exclamó Filby.

–Filby... Hyllier... ¡En verdad ustedes!

–¡No puedo creer que haya regresado! –dije yo– Precisamente hablábamos de usted. Pero esto es... ¡Qué grata sorpresa!

No pude evitar incorporarme y palmearle los hombros hasta casi hacerle caer. Se encontraba notablemente débil.

–Aceptaré con gusto que me invite a cenar en su casa, señor Hyllier –dijo casi sin voz.

No le dejé acabar la frase sin ordenar a voces a mi aterrorizada asistenta que trajera algo de comida y bebida.

–Por favor –rogué arrastrando un sillón hacia los nuestros, formando un triángulo en el que los tres enfrentábamos los rostros–, siéntese. En breve llegará la cena.

–No sabe usted cuánto ansían mis piernas que tome asiento, señor Hyllier, pero me veo en la obligación de preguntarle antes... ¿Conserva usted las flores?

–¿Las... ? ¿Se refiere a... ?

–Sí, las de Weena. Oh, hace tanto de aquello.

–Diantre, ni yo me acordaba. Claro, aguarde un instante.

Me dirigí a mi biblioteca privada y extraje de las estanterías superiores un libro que era algo más. En su interior, prensadas, oscuras y marchitas, descansaban las flores que el Viajero a través del Tiempo dejó tras su desaparición, como única prueba de sus aventuras en un futuro de Morlocks y Eloi. Me pareció importante conservarlas en su momento, por si acaso. Debo decir que viéndolas en aquel instante, no me resultaron diferentes de los detritos de un añejo y ordinario otoño.

Llevé el libro abierto al salón y se lo mostré al recién llegado. Este parecía en verdad afectado al contemplarlas,  arrebatándome el libro con manos temblorosas.

–¿Cómo es posible que esto pueda contribuir a crear tanto mal?  –murmuró con los ojos desorbitados.

Filby y yo nos miramos extrañados. ¿Era nuestro viejo amigo el que había regresado? ¿O un loco?

Tal vez siempre estuvo loco.

No pude evitarlo porque ya me había vuelto a sentar: El Viajero a través del Tiempo se acercó a la chimenea y arrojó al fuego el libro con las flores.

–¡Ha perdido usted la razón! –exclamé incorporándome de un salto.

Él no me respondió, se limitó a enseñarme la palma de su mano con rostro serio. Fue suficiente para que volviera a tomar asiento con indecisión.

El Viajero a través del Tiempo permaneció contemplando la desintegración del libro con gesto cansado, pasto de las llamas. Cuando se dio por satisfecho, cayó como muerto sobre el sillón que le había traído, y aspiró como si fuera su última bocanada de aire.

–Supongo que les debo una explicación.

–Y no una cualquiera –añadió Filby agitando su amenazadora pipa.

–Asumo que mi desaparición les cogió por sorpresa, creo que he llegado algunos años más tarde... si les soy franco, ni siquiera recordaba con exactitud la fecha de mi partida.

–¡Entonces tenía razón! –exclamé– Por un momento llegué a verle desaparecer con su máquina.

–Eso está por demostrarse –inquirió Filby algo molesto–, las únicas pruebas que tenía de sus locas aventuras eran esas flores marchitas que convenientemente ha eliminado.

–¡Ah, mi querido polemista! –exclamó el Viajero a través del Tiempo– ¡Llámeme mentiroso! ¡Tómeme por loco! ¡Insúlteme si quiere! ¡No dejaré de alegrarme de escuchar sus objeciones! De hecho en esta ocasión su escepticismo será más que bienvenido. Digo más, espero que no se crea una palabra de lo que voy a contarles.

–¿Es algún truco mental? –pregunté con una ceja alzada.

–Un truco. ¡Un maldito truco! La más grande y endemoniada chanza de la historia de la humanidad, maldita sea por siempre. Esta es la única vez que pienso contarlo. Así que, como en aquella ocasión, espero que presten atención y no me interrumpan, caballeros.

Incluso Filby se inclinó hacia él unos centímetros, avivado su interés.


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3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. El viajero es valiente porque enfrento al fuego

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  3. El viajero es valiente porque enfrento al fuego y nose rinde

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